El 15 de enero de 1888 nació
Ramón Eduardo Gómez Sierra en Pueblo Rico, en ese entonces, corregimiento del municipio de Jericó, Antioquia. Aunque sólo cursó los primeros cuatro años de básica primaria, muchas de las cartas y libros de cuentas que poseen algunos de sus hijos denotan su excelente caligrafía, redacción y conocimientos.
Se sabe que desde su temprana adolescencia, junto con todos sus hermanos, trabajó con la
familia Santa María, en sus propiedades ubicadas en Jericó al sur oeste de Antioquia y junto a su pueblo natal. En 1902, a sus 14 años, en plena Guerra de los Mil Días, se incorporó a una partida de colonos convocada por los Santa María, integrada aproximadamente por 80 personas, para posesionarse de unas propiedades adjudicadas, en planos, por el gobierno, como pago a deudas contraídas con dicha familia, ubicadas en el hoy corregimiento de Santa Rita de Ituango. Allí fijó su residencia permanente hasta el momento de su muerte, donde vivió con sus hijos de los dos matrimonios que contrajo. Lo acompañaron en su viaje de Jericó a Santa Rita sus
hermanos: Clementina, Roberto, Heliodoro, Paulina, Mercedes Rosa, Alberto Elías, María, Laura, Inés y Alfredo.
De la travesía colonizadora se pueden destacar muchas anécdotas que muestran las grandes experiencias que forjaron la personalidad tan inquieta, creativa y emprendedora de Ramón. Entre ellas, cuenta su hijo mayor Fabio, el paso del rio Cauca por el importante paraje llamado Pescadero donde las bestias de carga (mulas y caballos), tenían que atravesar el rio vadeándolo, es decir, cruzándolo en fila y amarradas unas con otras detrás de la más fuerte, la cuál debía ser dirigida y estimulada por un experto. En el cruce se ahogó uno de los caballos que transportaba una cantidad de oro muy importante.
A pesar de no ser el mayor de los hermanos parece que fue el que ejerció mayor liderazgo en lo referente a las actividades familiares, económicas y sociales.
Don Ramoné, nombre cariñoso que le dieron quienes tuvieron el placer de conocerlo, según un artículo publicado en el periódico El Colombiano el mismo mes de su muerte, fue casado en su primer matrimonio con
Arnolda Sierra Loaiza, en el año 1918, prima hermana de él. Arnolda era hija de Roberto Sierra, prestante integrante de una de las familias fundadoras del pueblo. Era una mujer con muchas cualidades artísticas, como el canto y la interpretación de la lira. Tuvieron muchos inconvenientes porque el suegro de Ramón, que a la vez era su tío, temía que ella se trasladara a Santa Rita; al fin accedió después de dos años, al término de los cuales Ramón pudo llevarla junto con el primer hijo y algunos bienes que les otorgó el suegro.
Sus hijos fueron: Ramón José, Antonio (fallecidos), Fabio y Margarita.
Muerta Arnolda, contrajo matrimonio con
Margarita Correa Estrada, en 1935. Ésta era la hija mayor de Pedro Correa, Amigo y socio de Ramón. De ésta segunda unión nacieron 10 hijos de los cuales hay 9 vivos.
De mayor a menor son: Arnolda, Paulina, Gildardo, Leticia, Luz Elena, Cecilia (fallecida), Luis Carlos, Cecilia, Manuel y Amparo.
En Santa Rita, Ramón Eduardo se destacó por ser un gran líder natural, siempre presente con sus ideas creativas en la solución de los múltiples problemas que ocasiona la vida de un pueblo ubicado entre la accidentada topografía Antioqueña y Colombiana. Sus amigos, compadres, familiares y paisanos, recuerdan con mucho entusiasmo su iniciativa e importantes obras para la comunidad debido a
su gran solidaridad y espíritu cívico. Un gran e importante todero que ayudó a sacar adelante un pueblo muy pobre y necesitado de innumerables obras de orden físico y social. Ramón Eduardo, aparte de manejar negocios de almacén, abarrotes, farmacia y carnicería, también ayudó e
implantó nuevas ideas en temas como la medicina, la castración de animales, la construcción de casas y techos, la forma de extinguir incendios, la iniciación y terminación del aeropuerto del pueblo, la pesca con dinamita.
En esta última labor, era el único del pueblo capaz de armar la dinamita para que sirviera en la pesca artesanal.
De cada una de estas labores, en las que fácilmente era el único capaz de ponerle su empeño y corazón, se derivan muchas historias que revelan ese gran personaje con la iniciativa necesaria para suplir las necesidades no sólo de una familia, sino también de un pueblo. Fabio Gómez, recuerda también, varias de estas historias, con orgullo y melancolía. En este momento Ramón Gómez se dedicaba a la venta de medicamentos para animales y personas del pueblo. Una tarde llegaron dos personas pidiendo un purgante, pero uno era para un niño, quien se encontraba muy enfermo, y otro era para un cerdo.
Ramón distraídamente entregó el purgante equivocado a las dos personas. Al llegar a su casa con una gran intranquilidad, al pensar que de pronto se había confundido de purgantes, decidió mandar por una bestia y él mismo salir, a las 12 de la noche, a la vereda donde vivía la familia del niño. Alcanzó a llegar antes de que el purgante le fuera suministrado, salvándole así la vida, ya que la confusión había sido real. Por otro lado, al cerdo si se lo dieron, pero por su pequeña dosis ningún efecto le hizo.
Las historias son muchas pero no se pueden quedar guardadas sólo en la memoria de cientos de personas que las conocieron, sino que también deben quedar plasmadas en escritos y relatos, aparte de los existentes.
Paulina Gómez, la segunda hija del matrimonio de Ramón Eduardo y Margarita Correa, recuerda otra de estas, la cual tiene que ver con un incendio generado en Sinitabé, un paraje aledaño a su pueblo. Todo estaba muy tranquilo cuando de repente la gran humarada se comenzó a ver y
Ramoné no tardo en reaccionar, porque si el incendio seguía, podía causar mucho daño y convertirse en un problema más grave. Lo que hizo fue llegar hasta la zona incendiada y comenzar a arrancar las matas y los bambúes incendiados, con sus propias manos, y así desviar el incendio hasta que éste mismo se extinguiera.
El gran Ramón Gómez Sierra de la historia de Santa Rita, aparte de ser al principio el contratista, también prestó la ayuda material necesaria para
acondicionar el terreno de los 880 metros de longitud por 60 de ancho de la pista de aterrizaje del pueblo.
Las avionetas que llegaron allí, fueron el único vehículo rápido que lo comunicaba con las capitales Colombianas, ya que Santa Rita estaba incomunicada por carretera, situación que apenas se superó en el año de 1970 aproximadamente. De la misma manera
colaboró en la construcción del templo parroquial y ayudó a abrir caminos, a establecer la red telegráfica, que era el único medio de comunicación hacia la cabecera municipal y el país, lo mismo que obras relacionadas con el servicio de acueducto y el servicio de electricidad de la población. El pueblo siempre contó para todas las obras de progreso con su generosidad, su entrega incondicional, sus propios recursos y sobretodo su gran liderazgo para convocar a la población a las obras y eventos comunales.
Se puede ver entonces que él fue una persona demasiado importante y relevante en el desarrollo y progreso del mencionado corregimiento de Santa Rita. Pero aunque casi todo el pueblo lo quisiera, y siendo el padrino de muchos de los hijos de los campiranos Santarriteños, también tenían dificultades. Un ejemplo, es la historia de una persona del pueblo que le debía la plata de un negocio y no le quería pagar. Se negó hasta más no poder y Ramón con su machete le propinó la famosa
“aplanchada”, unos planazos, sin que pasara a mayores, en asunto de violencia y represión.
Tuvo un accidente que es muy bien recordado por la mayoría de sus hijos. Fue mientras se hacia una de las grandes construcciones en las que colaboró. Estaba montado en su caballo cuando éste se resbaló y cayó sobre Ramón, en un barrial formado por la lluvia. Gracias a la ayuda de un campesino que pasaba por ahí logró incorporarse y recibir primeros auxilios.
Con respecto a su gusto por la cultura, los conocimientos y la educación, su hijo Fabio, recuerda algunos asuntos bien interesantes. Por la década de 1930 contrató a
Miguel Ángel Muñoz, quien era un hombre que además de bohemio, tenía muchas dotes intelectuales y artísticas, para varias tareas relacionadas con sus especialidades. Por ejemplo, le encargó que todas las noches le dedicara dos horas para que le leyera
El Quijote. También lo contrató para que en la casa, que era muy amplia, organizara sesiones de tango, invitando a amigos y vecinos para que aprendieran dicho baile. Contrató a Antonio Jaramillo, ex seminarista, para que en la propia casa organizara un centro de enseñanza para sus hijos y vecinos, a nivel de estudios primarios. También
contrató a la señora Julia Sánchez con dotes musicales y de teatro, para que organizara con personas interesadas, pequeñas piezas artísticas y ayudara en el conocimiento y expansión de obras musicales clásicas y cultas, para lo cual aportó algunos recursos.
Con la convicción de que faltan muchos asuntos y anécdotas, por referir de una gran persona que existió, con esa fuerza propia de su liderazgo y vitalidad que lo impulsaba cada día a realizar actos de servicio y solidaridad con sus vecinos, familiares y ciudadanos, es necesario dar por terminado este pequeño homenaje, como una manera de rendir tributo a su memoria y destacar sus valores humanos y morales en bien de un pueblo y una gran familia.
Por último hay que señalar, que
Ramón Eduardo Gómez Sierra murió en Santa Rita de Ituango, el pueblo de sus afectos, el 22 de marzo de 1959, un Domingo de Ramos, por causa de un infarto fulminante; sin la presencia de su esposa y casi todos sus hijos, los cuales estaban en la ciudad de Medellín, donde él mismo los había enviado desde hacía más de un año, para fijar en esa ciudad su residencia definitiva.
Por: Ramón Eduardo Gómez Rueda(Hijo del Dr. Manuél José Gómez y Alba Rueda(Q.E.P.D.)
Con la colaboración del Dr. Fabio Gómez.
En la primera foto, está Ramoné y Chulo Granda, dirigiendo los trabajos de la pista de aterrizaje.
Segunda foto Doña Margarita Correa y sus nietos.
Hijas:Amparo, luz Elena, Leticia, Lola,Cecilia.
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