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19 de febrero de 2008

POESÍA

Joaquín, anciano de setenta años, salió como de costumbre al monte “Potreritos”, cerca a la finca el Tejar, un primero de Noviembre, día de todos los santos, a recoger hojas de iraca para fabricar los canastos y las cunas de los niños; era el sustento de él y su anciana esposa “Pianita”, la llamaban así cariñosamente en el pueblo. De ojitos negros y pícaros, su voz era casi un susurro, con su vestido de flores, y su saco de paño negro, qué se lo había regalado doña María Céspedes esposa de don Chulo Granda; cansado de usarlo en las procesiones de semana santa y Corpus Cristi. El saco le quedaba bastante grande, pero la protegía del frío, no le faltaba una pañoleta negra amarrada a la cabeza, las medias negras zapatillas de grulla, y lo mejor de todo una sonrisa en su rostro, quemado por el sol y el frio. El anciano llevaba dos días sin regresar a su humilde casa, por lo tanto Pianita muy preocupada, fue a pedir ayuda al padre Jiménez este reunió a varias personas: Bernardo Palacio, hombre humanitario y colaborador, Baltasar Zabala, hombre más fogoso del pueblo, acostumbrado a cargar los enfermos en silletas, (de las fincas al pueblo), Cupertino el enano, los monaguillos, Nelson Jaramillo, Jorge Palacio, Fabio Jaramillo. Salieron charlando, y le aseguraron a la viejita Pianita, que en menos de dos horas tendría noticias de Joaquín. Después de caminar varias horas, no hallaron rastro del anciano, solo percibían un fuerte viento que zumbaba en los oídos de cada uno, queriendo arrasar con todo, los árboles se movían, cayéndose las hojas cubriendo el sendero completamente, por lo que se hacía más difícil la búsqueda. El desánimo se apoderaba de cada uno de ellos, el suelo estaba muy liso y pantanoso, tropezaban con troncos de árboles…no era un buen día todo se complicaba… no veían nada, la neblina gris los envolvía, era cómo si el tiempo se detuviera allí, definitivamente estaban dando vueltas en un mismo lugar, aunque estaban acostumbrados a sitios más exuberantes, este se había convertido en un laberinto, ninguno de ellos lograba encontrar una salida. Percibieron unos pasos no lograron identificar si eran de una persona, o un animal Fabio comenzó a gritar ¡Juaco! ¡Hola Joaquín!...solo se escuchó la lluvia y el Viento, caminaron por donde habían escuchado los pasos, vieron un árbol de caucho, el primero en acercarse muy sigiloso fue Baltasar, sintió que el perrero que llevaba de bordón había tocado algo extraño, se agachó cuando vio la caja de dientes totalmente quebrada., supuso que al anciano le había pasado algo…con asombro vieron que el anciano estaba atado en la parte alta del árbol de caucho, completamente inmóvil, morado, y lo peor de todo con la cabeza para abajo y los pies hacia arriba, con mucha dificultad lo bajaron de allí, Bernardo Palacio, le tomo el pulso y grito esta ¡vivo!,!vivo! Después de envolverlo en ruanas para darle un poco de calor, Baltasar lo acomodo en la silleta y se lo hecho al hombro. Con mucha dificultad lograron salir a la finca Potreritos, cerca al lugar conocido como el Bujío. Allí vivía Miguel Ángel Muñoz, el escultor, el bohemio, quien les obsequió un trago de aguardiente, temblaban como hojas, pues la lluvia los había acompañado todo el día, mientras tanto Bárbara su esposa, preparaba tinto para los jóvenes, el anciano seguía sin reaccionar la respiración cada vez mas débil. Entrada la noche llegaron a la casa de Pianita ella estaba hecha un mar de lágrimas, mientras tanto Maria Jaramillo, la vecina, le preparaba un caldo de pollo, que con mucha dificultad tragó el anciano. La gente en el pueblo rumoraba por lo sucedido a Joaquín Vieco, quien era un anciano leñador que frecuentaba esos parajes, y se había extraviado allí pero con la ayuda del viejo burro (más viejo que él), lograba encontrar el sendero, el pensaba que era la ceguera de su ojo derecho, que había perdido en su Juventud, en el río San sereno con un taco de pólvora en época de la subienda, la que no lo dejaba ver bien el camino. Nunca se supo que le ocurrió al anciano, murió varios días después sin recobrar el conocimiento. Pachito Pérez decía que era un duende que habitaba en ese monte, otros que la madremonte, las señoras hablan de brujas (…). Donelia.

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